El homo sapiens surgió hace al menos unos 50.000 años, y carecemos de la más mínima evidencia de mejora genética alguna desde entonces. Sospecho que el cromagnon medio, adecuadamente educado, podría haber manejado computadoras junto con nuestros mejores especialistas. Todo lo que hemos logrado, para bien o para mal, es resultado de la evolución cultural. Y lo hemos logrado a un ritmo inigualado por órdenes enteros de magnitud en toda la historia anterior de la vida. Los geólogos no pueden medir unos cuantos cientos o miles de años en el contexto de la historia en nuestro planeta. Y, aun así, en ese milimicrosegundo hemos transformado la faz de nuestro planeta a través de la influencia de un invento biológico – la consciencia-. De tal vez un centenar de miles de personas armadas de hachas, a más de cuatro mil millones con bombas, cohetes, ciudades, televisores y ordenadores, y todo eso sin ningún cambio genético sustancial.
La evolución cultural ha progresado a un ritmo al que los procesos darwinianos no pueden ni aproximarse. La evolución darwiniana continúa en el homo sapiens, pero a un ritmo tan lento que prácticamente carece ya de impacto en nuestra historia. Este punto de inflexión en la historia de la Tierra ha sido alcanzado porque, finalmente, se han liberado sobre el planeta procesos lamarckianos. La evolución cultural humana, en marcada oposición a nuestra historia biológica, es de carácter lamarckiano.
Lo que aprendemos en una generación lo transmitimos directamente por medio de la enseñanza y la escritura. Los caracteres adquiridos son heredados mediante la tecnología y la cultura. La evolución lamarckiana es rápida y acumulativa. Explica la diferencia cardinal entre nuestro antiguo mecanismo de cambio, puramente biológico, y nuestra actual enloquecedora aceleración hacia lago nuevo y liberador, o hacia el abismo.
S.J. Gould, El pulgar del panda.
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